Título: Matemos al tío
Autor: Rohan O´Grady
Páginas: 316
Año de edición: 2014
Género: Narrativa
Opinión personal
Estaba buscando un libro cuyo autor o autora lo hubiese escrito en su día bajo pseudónimo, pues me hacía falta para seguir completando el reto de Las Inquilinas de Netherfield, cuando de pronto me acordé de este libro que tenía entre mis pendientes acumulando polvo desde hace mucho, que en su día, si no recuerdo mal, me apunté al verlo en el blog de mi querida Norah Bennett (de En el rincón de una cantina). ¿Que qué me ha parecido? Bueno, vamos a ello...
Es curioso porque es el segundo libro que leo de esta editorial (cuyas ediciones me encantan) y, casualmente, al igual que el primero que leí (Oso, libro peculiar donde los haya, tenéis la reseña aquí), transcurre en una pequeña isla canadiense. El típico sitio donde da la impresión de que el mundo se ha detenido, la vida es tranquila, contemplativa, llena de placeres sencillos.
En Matemos al tío, empezamos la historia con dos niños llegando en barco a una isla cuyos habitantes son en su mayoría vejestorios que gozan de una vida apacible, donde rara vez ocurre algo digno de mención.
Barnaby tiene diez años y, tras quedarse huérfano, es su tío quien actualmente tiene su tutela; un alto cargo militar retirado que siempre anda ocupado de viaje. El niño es maleducado, fácil de provocar y un tanto gamberrete.
Christie, de edad similar, es hija de madre soltera, de familia mucho más humilde que Barnaby, pero va de señorita insolente y malcriada, mirando por encima del hombro a casi todos los que la rodean. Bastante pilla, pero es de las que tiran la piedra y esconden la mano.
Ni una ni otro se conocían antes de nada, pero ha dado la casualidad que ambos son mandados por su familia a pasar el verano a dicho lugar. Ya en el barco la venían liando, haciendo trastadas y sacando de quicio a la tripulación, por lo que, al bajar a la isla, este remanso de paz y de pequeñas rutinas, ya tienes el presentimiento de que van a ponerlo todo patas arriba.
Y son casi todos viejos en dicha isla porque, a lo largo de las dos grandes guerras mundiales, sus habitantes perdieron a sus hijos cuando estos estaban defendiendo a su patria en tierras extranjeras. Una treintena de hijos caídos en combate, recordados y añorados, cuyos nombres están grabados en piedra en el monumento de la plaza mayor, a modo de homenaje. Sin embargo, hubo uno que no llegó a ir, librándose de una muerte casi segura, una de las pocas personas jóvenes de la isla: Albert Coulter, que es ahora sargento de la Policía Montada; junto con su ayudante, son los encargados de llevar el orden y la justicia. Aunque tratándose de un lugar tan tranquilo y con tan pocos habitantes, siempre ha sido un trabajo sencillo... Hasta el momento.
Cuando este par de mocosos llega a la isla, la lechera (una buena mujer con un perro y un gato, amiga de la madre de Christie) se queda con la niña; con el niño se queda un matrimonio mayor (los tenderos de la única tienda de la isla). A primera vista parecen no haber roto un plato, dos angelitos, y son acogidos con mucha hospitalidad y cariño. No obstante, el sargento Coulter, que es viejo zorro y nunca ha sido muy amigo de los niños, en general, intuye que pronto habrá problemas. Y no, su instinto no se equivoca, pues en pocos días pronto la paz y armonía empiezan a verse alteradas.
Para complicar más las cosas, tenemos a un puma que, tras pasar muchas penurias, ha conseguido regresar a la isla donde, hace tiempo, los cazadores lo hirieron intentando matarlo. Ahora es viejo, está en los huesos, hambriento, y le falta una oreja y una falange en uno de los dedos (de cuando le dispararon en el pasado). Una Oreja, que es como le apodaron en su día, ha vuelto. Está en las últimas, ha perdido el coraje que antaño lo hizo temible y está desesperado, pero aún conserva su astucia.
Pero esto no es todo, porque Barnaby va dejando caer por ahí, entre susurros, que su propio tío conspira contra él para quedarse con su herencia. ¿Fantasías de un niño? ¿Otra de sus muchas mentiras?
Bueno, no quiero contaros mucho más porque es un libro cuyo encanto reside en dejarse llevar, cuanto menos sepáis, más os atrapará. Matemos al tío es una historia que ya desde sus primeras páginas, no sé cómo, me metí de lleno en la vida de estos habitantes de la isla. Y si al principio me caían mal los niños, con el paso de los acontecimientos empecé a encariñarme con ellos. El Sargento Coulter es quizá el personaje mejor construido, y sin duda mi favorito. Empaticé rápidamente con él.
Es un triángulo de personajes que evoluciona mucho a lo largo de la historia, pues no son los mismos cuando cierras el libro.
Sin embargo, lo mejor sin duda son los personajes secundarios, que los hay y llenos de peculiaridades. Quizá la lechera fue la que mejor me cayó, pues es una mujer pragmática, resolutiva, con una santa paciencia y una psicología inversa con los niños que, bueno, merecía un monumento.
Hay un misterio durante todo el libro, desarrollado más en su segunda mitad, cuando ya te conoces a todos y las costumbres de este lugar, que es un poco el hilo conductor, pero, al menos en mi caso, es lo que menos me ha importado. La simple vida de la isla, las historias de unos y otros (incluido el puma) han sido la sal de esta novela.
El libro transmite un buenrollismo, una calidez y una ternura (a pesar de los enredos y momentos dramáticos), que te deja con cierta sensación de nostalgia. De querer seguir el curso de cada uno de sus personajes, más allá de ese verano tan atípico. Una lectura para leer con calma, para dejarse llevar y disfrutar de los pequeños detalles. ¿Sabéis esa pregunta tan recurrente entre los lectores, eso de "En qué lugar literario te gustaría vivir"? Pues esta isla sería uno de mis rincones favoritos.