Título: Los buenos veranos. Edición integral
Autor: Zidrou y Jordi Lafebre
Páginas: 344
Año de edición: 2023
Género: Novela gráficaYa estoy de vuelta!! Tras la pausa bloguera típica por estas fechas, vengo con las pilas recargadas y con ganas de comentaros qué tal han sido mis lecturas hasta el momento. Y qué mejor para la vuelta, que esta pedazo de recomendación que os traigo, una novela gráfica que me ha acompañado este verano. Empezamos...
Opinión personal
Esta historia nos habla de los veranos (algunos de ellos, los más emotivos) de la familia Faldérault, que en su coche rojo viajan hacia el sur en busca de días soleados. Una curiosa familia que, verano tras verano, nos irá haciendo sentir parte de ella.
Esta edición integral reúne por primera vez las seis novelas gráficas de Los buenos veranos, completando la colección. Una auténtica joya. Por lo que esto serán como seis reseñas en una. Os hablo un poco por encima de ellas antes de pasar a mis impresiones. Cada arco está centrado en un verano y van por orden cronológico. Para ser exactos, abarcan dos décadas de esta familia. Vamos con el primero...
En este arco empezamos con una especie de prólogo en donde se nos presenta a Pierre y Madeleine en la actualidad, el matrimonio protagonista, tal como son ahora; junto a su hija pequeña, se entiende que la única que aún no se ha independizado (es realmente curioso porque en este primer arco ni siquiera ha nacido).
A continuación, nos trasladamos a 1962, el primero de esos seis veranos. Aquí se nos presenta a Don Bermellón (el nombre con el que bautizan al coche, y de ahí el título de este arco), un viejo 4L con el que viajarán en todas sus aventuras, que prácticamente se convierte en un miembro más de la familia. También conoceremos a los padres de Madeleine, quienes esas vacaciones se apuntan al viaje. Él, un abuelo entrañable, el típico hombre afable que lo único que quiere es que todos estén bien; ella, harina de otro costal, controladora y quejica, puntillosa como suegra e insufrible como madre.
Tanto es así, que las vacaciones que tenían pensadas se tornan en algo bien distinto, pues ella termina encargándose de organizar otros planes. Uno de los momentos que me resultaron más emotivos fue una noche en la que Madeleine y su padre comparten confidencias que nunca se habían contado.
Como primera toma de contacto, en este verano conocemos a grandes rasgos a estos personajes que irán envejeciendo y ampliando la familia con el tiempo. De momento, aquí solo están las dos hijas mayores.
En este segundo arco conoceremos al padre de Pierre, un abuelo al que se le cae la baba con sus nietos. Aunque su protagonismo será breve, pues no los acompaña en sus vacaciones.
También conoceremos al tercer hijo. Un niño tímido y curioso por naturaleza. Han pasado algunos años y sus dos hermanas ya son más mayores. Un día, tras muchas horas de carretera con Don Bermellón, Pierre decide parar a descansar. La noche se les ha echado encima y deciden montar la tienda de campaña desviándose un poco del camino. Hay tan poca visibilidad, que no se dan cuenta donde en verdad han acampado hasta el día siguiente: en la parcela de un matrimonio mayor, que ven con desconcierto cómo estos se han instalado en su jardín.
No obstante, resueltos los malentendidos, enseguida congenian y les piden que se queden a pasar el día con ellos.
Tal es la amistad que cogen, que el viejo matrimonio les confiere un secreto: el paradero exacto de una cala perfecta que casi nadie conoce. Arena blanca y aguas cristalinas. Cuando los Faldérault retoman su viaje hacia el sur, a la aventura, deciden darles un voto de confianza y desvían su ruta en busca de esa supuesta cala.
Cuando la encuentran, se instalan como pueden y pasan unos días de ensueño. Y de ahí el título de este segundo arco. Días soleados de pura evasión y noches mágicas.
En años sucesivos intentarán repetir la experiencia en esa cala maravillosa, pero por unas cosas o por otras les resultará imposible llegar hasta esta. De los seis arcos que reúne este integral, sin duda este es uno de mis favoritos.
En estas vacaciones, los tres hermanos están un pelín más crecidos y, para más inri, viene otro en camino, pues Madeleine está embarazada.
En un momento dado, el coche sufre una avería y se ven obligados a parar en una pequeña localidad, mientras Don Bermellón permanece en un taller cercano, a la espera de que lo arreglen. Es entonces cuando conocen a dos simpáticas mujeres que regentan una granja llamada Las Retamas (y de ahí el nombre de este arco). Muy amables, acceden a que se instalen en su terreno esos días. No lo he contado aún, pero Pierre es dibujante de cómics, estando sujeto siempre al estrés de los plazos de entrega. Para estas vacaciones no le ha dado tiempo a terminar y no le queda más remedio que llevarse el trabajo allá adonde vayan.
En este arco tienen lugar situaciones un poco surrealistas, sobre todo provocadas por el hijo pequeño. No es de los que más me gustaron, pero igualmente tiene momentos tiernos.
Aquí ya nació la hija pequeña (la que aparece de mayor en el prólogo del primer arco, ¿recordáis?), un auténtico trasto. No para, es incombustible, jajaja. Pero también el matrimonio atraviesa una crisis, hasta el punto de que están pensando en separarse. A sus hijos no les han dicho nada aún, así que han decidido pasar juntos las vacaciones por el bien de los niños, aparcando ese tema de forma temporal.
Los niños están ajenos a todo, pero un poco perciben que algo no anda bien, pues empiezan las tiranteces y su madre está como ausente. Y a pesar de todo, intentan disfrutar de los pequeños detalles. Uno de los sitios por los que pasan, ya característico en sus viajes al sur, es un punto de venta de patatas fritas, al que tienen por costumbre acercarse como parada obligatoria.
Pero unos días antes de agotar sus vacaciones, tienen que interrumpir sus días de desconexión porque algo sucede con el hermano de Pierre. Y la familia, como debe ser, tiene que estar ahí en las buenas y en las malas. Para mí uno de los momentos más emotivos.
Este arco es otro de mis favoritos. El único con esa sombra de drama, de problemas reales, que tan bien le sienta, consiguiendo que los personajes nos resulten más cercanos si cabe.
En este arco, curiosamente, se cogen vacaciones en navidad y se lanzan a la aventura con Don Bermellón. Los tres hijos mayores ya son adolescentes, y la pequeña sigue igual de hiperactiva y con unas ocurrencias que en más de una ocasión te sacan una sonrisa. La hija mayor, que está estudiando la carrera de Derecho, se queda en casa, pues en poco tiempo tiene los exámenes y se está preparando.
Y para colmo, el niño, que ya se ha convertido en un adolescente serio y va un poco a su aire, viene a disgusto y casi obligado, pues su plan inicial era ir al concierto de Pink Floyd; al parecer una banda de rock británica que por esos días está pegando fuerte. De hecho, tiene las entradas sacadas, aunque a sus padres parece darles igual. Así que durante el viaje, en un acto de pura rebeldía, se escapa aprovechando un descuido de su familia (de ahí el título de este arco).
Sin embargo, a raíz de este incidente, el matrimonio tiene un momento revelador y deciden darle un nuevo rumbo a su vida. El final, el mensaje que lanza, lo mejor de este arco.
Y llegamos a la última aventura de los Faldérault juntos, la última escapada. Aunque con un acompañante más: la segunda hija mayor se ha echado novio (un chico bien de familia acomodada) y, lo propio a esa edad, no va a ningún sitio si no es con su amorcito. Así pues, lo incluyen en el viaje de las vacaciones. Para fastidio de sus hermanos, la joven y el novio están super empalagosos.
La novedad de este viaje es que, por fin, el matrimonio va sobre seguro, pues han comprado una parcela con los ahorros de toda una vida, una casita en el campo donde poder pasar sus vacaciones a partir de ahora. Pero, para variar, nada sale según lo previsto. Mi momento favorito de esta historia es quizá cuando la hija mayor se sincera con su padre y le cuenta algo que lleva mucho guardando, un peso con el que ya no puede más.
A pesar de los contratiempos, las desilusiones y los momentos de incertidumbre, esta familia tiene el don de reponerse a los problemas manteniéndose unida, y las cosas no terminan tan mal.
Da un poco de pena dejarlos atrás, sabiendo que no volveremos a saber más de ellos. Al final les acabas cogiendo cariño.
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Bueno, qué decir de este tándem: Zidrou (guionista) y Lafebre (ilustrador), al que ya conocí con la maravillosa Lydie (reseña aquí). Solo puedo rendirme ante ellos y quitarme el sombrero, porque cuando se juntan surgen cosas memorables. ¿Y qué me decís del dibujo? Jordi Lafebre es un mago, dotando de frescura, sensualidad y una expresividad increíble a cada uno de sus personajes. No por nada es uno de mis ilustradores favoritos.
Una de las cosas que más me gustan, que más valoro, y en esto Lafebre es un maestro, es en la capacidad de plasmar el paso del tiempo. A lo largo de dos décadas, seremos testigos de cómo este matrimonio va envejeciendo, mientras sus hijos van creciendo, pasando de niños a adolescentes. Es de esas historias en las que, cuando llegas al final, es inevitable volver al principio para ver a los personajes cuando eran jóvenes.
Los buenos veranos es un homenaje a la memoria, a los viejos tiempos, a aquellos veranos que pasábamos de pequeños con nuestros padres, antes de que cada uno acabara tirando por un lado. Sin duda una lectura entrañable, cargada de pequeños rituales y tradiciones familiares... Y de canciones, por cierto (hay una playlist al final con las canciones que salen a lo largo de la historia). En definitiva, una lectura imprescindible que nos dejará con muy buenas vibraciones.
Si estáis interesados en esta preciosidad de edición integral (creedme, económica por el precio que tiene), podéis haceros con ella a través de la página de la editorial, pinchando aquí.