Autor: Miguelanxo Prado
Páginas: 104
Año de edición: 2012
Género: Cómics, Novela gráfica
Opinión personal
Después de disfrutar tanto con Ardalén (reseña aquí), pues fue todo un descubrimiento, necesitaba leer más cosas de su autor, así que, curioseando entre su obra, elegí Trazo de tiza, de la que vengo a hablaros hoy. Esta es una de esas historias que tanto me gustan que transcurren en una localización recóndita, y con pocos personajes; ingredientes que siempre me resultan atractivos.
Empezamos poniéndonos en la piel de Raúl, un tipo del que poco sabemos, tan solo que ha perdido el rumbo y los vientos del azar han arrastrado su velero hasta una isla de la que nada sabía. Ese tipo de lugares que ni siquiera vienen en los mapas marítimos por lo insignificantes que son.
Cansado de largos días y semanas atravesando el inmenso azul sin nadie con quien hablar, decide arribar y probar suerte, atraído por la curiosidad.
Enseguida se da cuenta de que ya antes otros han pasado por allí; por unas pintadas de mensajes que ve en su largo dique.
En la isla da con una casa (que funciona como pensión para los infrecuentes, casi anecdóticos, viajeros), regentada por Sara, una madre soltera, y su hijo Dimas, un extraño adolescente, parco en palabras y reservado, que esconde hábitos poco saludables.
Raúl toma algo de comer y alquila una de sus varias habitaciones, deseoso de descansar aunque solo sea por una noche con los pies en la tierra.
Sara, una de esas mujeres coraje acostumbradas a subsistir sola sin grandes lujos ni comodidades, intercambia de vez en cuando objetos de gran utilidad y mercancías con los viajeros para aprovisionarse. Su pasado (como el del resto de personajes) se antoja un enigma.
Esa noche Raúl duerme en la isla, sin saber que no es el único visitante, pues alguien más ha llegado antes que él, solo que no se hospeda en la casa, sino en otra embarcación, al otro lado del dique.
Al día siguiente Raúl conoce a Ana, la otra turista que también llegó a la isla. Solo que, a diferencia de él, ella no llegó allí fruto de la casualidad, sino con la intención de citarse con un "amigo"; con lo que, se intuye, ya conocía la isla de tiempo atrás.
Enseguida vemos cómo Raúl empieza a demostrar un especial interés por Ana, sus formas sofisticadas y su aire misterioso no pasan desapercibidos por este, que de repente ya no tiene tanta prisa por continuar con su viaje. Tal vez unos días en tan pintoresco lugar le vengan bien.
Nuestro protagonista se dedica a pasear por sus distintos rincones. En la isla hay un faro, pero ni tiene farero ni funciona. Una imponente construcción coronando una colina, abandonada desde no sabemos cuánto.
Pese a los intentos de Raúl por trabar amistad con Ana, esta mantiene las distancias y, más allá de cierta cordialidad, no parece estar muy interesada en él, o eso se percibe. Sin embargo, los días pasan y el supuesto "amigo" que ella espera no aparece.
Entre tanto, nuestro protagonista se ve inmerso en un hábitat bello y reparador, pero también extraño y solitario, envuelto entre dos mujeres desconcertantes: una culta y refinada, y la otra más "silvestre" e intuitiva. Pronto la tensión sexual se empieza a palpar en el ambiente.
La isla, pese a su sencillez, pues se recorre en muy poco, se ve sin duda un rincón paradisíaco en mitad del océano. Y aun así, rodeado de cierto misterio: un faro sin luz, un inmenso dique casi vacío, una fonda sin apenas clientes... Un lugar aislado del mundanal ruido, lejos de toda civilización, una pequeña porción de tierra con forma alargada en mitad del gran azul líquido, apenas un trazo de tiza a vista de pájaro.
Pero no todo resulta tan idílico y tranquilo, y en un momento dado, más adelante, otros turistas llegan a la isla, unos tipos con intenciones deshonestas que, con sus ansias de diversión, pronto trastocan el hasta entonces apacible ambiente.
Lo que más me ha gustado de esta novela gráfica es su atmósfera realista tanto del entorno como de la caracterización de los personajes, sus sobrias personalidades, llenas de corazas (como en la vida real), cada una en lucha consigo misma, con sus tentaciones y anhelos secretos.
El trazo de los dibujos es extraño, como si el autor hubiese querido experimentar con esta historia, dándole ese aspecto como de acuarela.
He de admitir que no me ha gustado tanto como Ardalén, pero igualmente es muy recomendable. Un relato donde los silencios y las miradas adquieren bastante expresividad, y el insólito entorno se convierte en un personaje más.
Un faro en mitad del océano. Una pequeña isla casi deshabitada. Unos personajes perdidos que buscan sin encontrar. Un relato fascinante y sorprendente que nos obliga a no perder detalle y nos engancha desde la primera página. La situación en la que se enmarca la historia es tan extraña que al terminar cada capítulo te quedas deseoso de saber qué pasará, pues, como en la vida real, su encanto reside en lo impredecible que es.
Los interesados en esta obra podéis adquirirla en la página de su editorial, pinchando aquí.
Empezamos poniéndonos en la piel de Raúl, un tipo del que poco sabemos, tan solo que ha perdido el rumbo y los vientos del azar han arrastrado su velero hasta una isla de la que nada sabía. Ese tipo de lugares que ni siquiera vienen en los mapas marítimos por lo insignificantes que son.
Cansado de largos días y semanas atravesando el inmenso azul sin nadie con quien hablar, decide arribar y probar suerte, atraído por la curiosidad.
Enseguida se da cuenta de que ya antes otros han pasado por allí; por unas pintadas de mensajes que ve en su largo dique.
En la isla da con una casa (que funciona como pensión para los infrecuentes, casi anecdóticos, viajeros), regentada por Sara, una madre soltera, y su hijo Dimas, un extraño adolescente, parco en palabras y reservado, que esconde hábitos poco saludables.
Raúl toma algo de comer y alquila una de sus varias habitaciones, deseoso de descansar aunque solo sea por una noche con los pies en la tierra.
Sara, una de esas mujeres coraje acostumbradas a subsistir sola sin grandes lujos ni comodidades, intercambia de vez en cuando objetos de gran utilidad y mercancías con los viajeros para aprovisionarse. Su pasado (como el del resto de personajes) se antoja un enigma.
Esa noche Raúl duerme en la isla, sin saber que no es el único visitante, pues alguien más ha llegado antes que él, solo que no se hospeda en la casa, sino en otra embarcación, al otro lado del dique.
Al día siguiente Raúl conoce a Ana, la otra turista que también llegó a la isla. Solo que, a diferencia de él, ella no llegó allí fruto de la casualidad, sino con la intención de citarse con un "amigo"; con lo que, se intuye, ya conocía la isla de tiempo atrás.
Enseguida vemos cómo Raúl empieza a demostrar un especial interés por Ana, sus formas sofisticadas y su aire misterioso no pasan desapercibidos por este, que de repente ya no tiene tanta prisa por continuar con su viaje. Tal vez unos días en tan pintoresco lugar le vengan bien.
Nuestro protagonista se dedica a pasear por sus distintos rincones. En la isla hay un faro, pero ni tiene farero ni funciona. Una imponente construcción coronando una colina, abandonada desde no sabemos cuánto.
Pese a los intentos de Raúl por trabar amistad con Ana, esta mantiene las distancias y, más allá de cierta cordialidad, no parece estar muy interesada en él, o eso se percibe. Sin embargo, los días pasan y el supuesto "amigo" que ella espera no aparece.
Entre tanto, nuestro protagonista se ve inmerso en un hábitat bello y reparador, pero también extraño y solitario, envuelto entre dos mujeres desconcertantes: una culta y refinada, y la otra más "silvestre" e intuitiva. Pronto la tensión sexual se empieza a palpar en el ambiente.
La isla, pese a su sencillez, pues se recorre en muy poco, se ve sin duda un rincón paradisíaco en mitad del océano. Y aun así, rodeado de cierto misterio: un faro sin luz, un inmenso dique casi vacío, una fonda sin apenas clientes... Un lugar aislado del mundanal ruido, lejos de toda civilización, una pequeña porción de tierra con forma alargada en mitad del gran azul líquido, apenas un trazo de tiza a vista de pájaro.
Pero no todo resulta tan idílico y tranquilo, y en un momento dado, más adelante, otros turistas llegan a la isla, unos tipos con intenciones deshonestas que, con sus ansias de diversión, pronto trastocan el hasta entonces apacible ambiente.
Lo que más me ha gustado de esta novela gráfica es su atmósfera realista tanto del entorno como de la caracterización de los personajes, sus sobrias personalidades, llenas de corazas (como en la vida real), cada una en lucha consigo misma, con sus tentaciones y anhelos secretos.
El trazo de los dibujos es extraño, como si el autor hubiese querido experimentar con esta historia, dándole ese aspecto como de acuarela.
He de admitir que no me ha gustado tanto como Ardalén, pero igualmente es muy recomendable. Un relato donde los silencios y las miradas adquieren bastante expresividad, y el insólito entorno se convierte en un personaje más.
Un faro en mitad del océano. Una pequeña isla casi deshabitada. Unos personajes perdidos que buscan sin encontrar. Un relato fascinante y sorprendente que nos obliga a no perder detalle y nos engancha desde la primera página. La situación en la que se enmarca la historia es tan extraña que al terminar cada capítulo te quedas deseoso de saber qué pasará, pues, como en la vida real, su encanto reside en lo impredecible que es.
Los interesados en esta obra podéis adquirirla en la página de su editorial, pinchando aquí.